Tarjetas Postales del Pasado Boliviano
por Daniel Buck
© 2000, 2001
"From Bolivia with Love: Postcards from the Past,"
South American Explorer, no. 50, Winter 1997.
[Traducción del inglés por Mauricio Adhemar Alvarado Cuentas]
Dada la velocidad de traslado a principios del Siglo XX, Bolivia estaba aislada de todo, incluso de sus vecinos más cercanos. Por ejemplo, el viaje de Buenos Aires a La Paz, tomaba varias semanas en tren y carrozas. A pesar de no tener salida al mar, la lejanía de la nación andina no fue excepción a las locuras internacionales de la época. Cuando llegó la manía de las tarjetas postales, que pasaron majestuosamente al mundo entre el fin de siglo y la Primera Guerra Mundial, Bolivia fue arrasada junto con ella.
Consideren una tarjeta postal ordinaria: Una foto barata en papel grueso comprada por un turista quien tiene tiempo de sobra. La foto en sí, nos muestra un poco el paisaje, la gente o las costumbres del país. Pero den vuelta la postal, es una representación de doble filo. El mensaje escrito en el reverso, garabateado en un taxi, o escrito con cuidado en un café, nos da pistas sobre las costumbres y opiniones del turista. Las tarjetas postales antiguas son las más interesantes, porque la imagen y el mensaje son de un pasado lejano.
La tarjeta postal fue creada a fines de 1860. Austria, Inglaterra, Suiza y los Estados Unidos claman la paternidad. Para 1890, la popularidad de las tarjetas postales, se había diseminado por el mundo entero. En 1903, un periódico escocés sobriamente predijo que en 10 años "Europa estará sumergida en tarjetas postales". Al otro lado del Atlántico, la ciudad de Nueva York hacía también lo suyo. Para 1912, la metrópoli tenía 124 revendedores y vendedores mayoristas de tarjetas postales.
Como la mayoría de las innovaciones, las tarjetas postales no tuvieron aceptación inmediata. Las leyes de las oficinas de correo que permitían en envío de tarjetas postales sin sobre -por una cantidad mínima de dinero- horrorizaban a algunos. Richard Carline escribe las objeciones en su historia informativa, Pictures in the Post [Fotos en el Correo]. Muchos pensaron que "el cartero, sin mencionar la empleada, podrían leer su correspondencia". En 1890, un manual formal de ética advirtió: "No envíen correspondencia en tarjetas postales, es de preguntarse si el mensaje de una tarjeta postal tiene derecho a una respuesta de cortesía". El cartero tampoco estaba contento con las tarjetas -más correspondencia, más trabajo.
Aunque los vigías literarios de la sociedad, predijeron el fin de la escritura de cartas, la tarjeta postal marcó la llegada de la prosa eficaz. Para un turista que ejerció de autorzuelo, sugirió en un libro guía una variedad de reflexiones -por ejemplo- "Llegué sano y salvo. Lugar encantador".
Las tarjetas postales no llegaron de la nada a las casillas de correo. Tuvieron una larga genealogía. Como dijo el historiador Frank Staff: "La tarjeta postal no fue inventada, evolucionó". Cartas de juegos con diseños complejos dibujados por conocidos artistas, aparecieron primero en Italia en el Siglo XIV. Mientras avanzaban las impresiones de bloques de madera a placas metálicas, impresiones baratas y anuncios de gran tamaño (revendidos por antipáticos, gritones vendedores callejeros) hicieron su aparición. Tarjetas de presentación, muchas veces animadas por paisajes o vistas arquitectónicas, aparecieron en el Siglo XVII. Para principios del Siglo XVIII, artículos de escritorio decorados y sobres llenos de dibujos animados o escenas de balnearios, se introdujeron al correo británico. Una empresaria introdujo los sobres del Día de San Valentín, quien es la precursora de las actuales tarjetas de saludo. Los mercaderes del Siglo XVIII y XIX usaban tarjetas de publicidad para promocionar sus servicios. Las cartes-de-visite (tarjetas de visitas), fotos o ilustraciones adheridas a pequeñas tarjetas, hicieron furor en la segunda mitad del Siglo XIX. La gente las usó como tarjetas de presentación, o las coleccionaban, como hoy en día se hace con las tarjetas de beisbol.
La tecnología y el consumo jugaron un papel importante en la evolución de las tarjetas postales. Avances en la fotografía, incluyendo cámaras más pequeñas y películas fotográficas en rollo, fueron acompañadas por ambos adelantos y economía en la impresión. En su prefacio del estudio clásico de Hal Morgan y Andreas Bow, Prairie Fires and Paper Moons: The American Photographic Postcard, 1910-1920 (Fuego de la Pradera y Lunas de Papel: Postales Fotográficas Americanas, 1910-1920), John Baskin señala que las tarjetas fotográficas, en oposición a la variedad impresa, tenían predecesores del Siglo XIX, notablemente el daguerrotipo y el estereógrafo. Las daguerrotipos (imágenes únicas) y los estereógrafos (fotos gemelas vistas a través de vidrios especiales) disfrutaron ambas de gran popularidad en el Siglo XIX.
Las tarjetas postales sólo fueron el siguiente paso en el uso de las fotografías, impresiones y papel. Cuando se combina lo barato, de un envío postal en el mundo entero (una tarjeta postal cuesta un centavo y el envío otro centavo, mitad del costo de una carta) con un público ansioso por algo nuevo y diferente, una manía internacional es creada.
La edad de oro de las tarjetas postales con fotos se extendió desde el cambio del siglo hasta más o menos 1920, cuando los gustos de los consumidores cambiaron otra vez. Revistas fotográficas, tarjetas de saludo, radio y películas aparecieron dándole a la gente otra forma de gastar su dinero y estimular sus sentidos. Por otra parte, durante la Primera Guerra Mundial, el turismo decayó y el acceso a las imprentas alemanas y el equipo litográfico fue cortado. En su cúspide, sin embargo, la manía no era nada más que un fenómeno. Consideren el volumen: en un año los japoneses incluyeron 500 millones de tarjetas en su correspondencia. Los británicos llenaron su correo en 1903 con más de 600 millones, cosa insignificante comparada con la dificultad alemana de un billón el año. Frank Staff dijo, "La manía de las tarjetas postales ilustradas fue como la gripe" con la misma velocidad que se extiende de país a país. A pesar de que ninguna figura postal está disponible para Bolivia, los matasellos de estas tarjetas reliquias, indican que para principios de 1900, la nación andina también entró en la manía de las tarjetas postales.
Baraja una colección de tarjetas postales bolivianas y es probable que puedas ver todas las escenas imaginables de cada localidad, tomadas por los principales fotógrafos del país, al igual que algunas extranjeras dignas de atención. Las tarjetas postales son una incomparable fuente de imágenes, por ejemplo, señoras del mercado en Oruro, bailarines macheteros contorneándose en Trinidad, paceños de clase alta paseando una tarde de domingo, carretas de minerales llegando a Quechisla, indígenas del Gran Chaco cautelosamente mirando la cámara, caravanas de llamas con carga a través del Altiplano, turistas visitando Tiwanaku, sikuris y tamboreros italaqueños bailando en Copacabana, cholitas elegantes posando en La Paz, carrozas jaladas por mulas a través de paisajes montañosos y mineros en la cima del Chorolque.
Las fotos en la mayoría de las tarjetas bolivianas de la época, muestran topografía urbana (edificios, calles y plazas), el Lago Titicaca, Tiwanaku, minas y mineros, paisajes (montañas y valles), fiestas (música folklórica y conjuntos de danzas) e indígenas (mayormente cholos y cholas) -en otras palabras, escenas bonitas y gente exótica. A no ser de que hubieran sido parte de una foto, de una calle o plaza, los bolivianos de clase alta o media no eran comúnmente representados. Los fotógrafos conocía indudablemente su mercado.
Las tarjetas postales fueron definitivamente una forma de entretenimiento, tanto como para el que enviaba como para el que recibía. Entre los principales empresarios de tarjetas a principios del 1900, estuvieron: Luis D. Gismondi, José N. Piérola, Luis J. de Notta, los Hermanos Arnó, Biggemann y Companía, los Hermanos Palza, González y Medina, Emilio Amarós, Guillermo Schnorr, Victor Crespo y Rodolfo Torrico Zamudio. Los comerciantes de tarjetas postales eran muchas veces librerías y vendedores de suministros de papelería fotográfico. Algunos sólo publican las tarjetas, comprando las imágenes de fotógrafos. Otros, como Piérola y Gismondi, que tenían estudios en La Paz, combinaban sus habilidades fotográficas con publicación de tarjetas postales. Se puede identificar a un Piérola con sus dedos, puesto que su firma está estampada en alto relieve en una esquina de la fotografía. Piérola se especializó en verdaderas fotografías en lugar de copias impresas, gracias a nuevas cámaras y máquinas reveladoras introducidas en 1902 por la Compañía Eastman Kodak. Tarjetas de fotos reales tenían otra ventaja, puesto que el fotógrafo las podía reproducir él mismo, sin tener que recurrir a compañías impresoras de otros países.
Un cochabambino llamado Rodolfo Torrico Zamudio, apodado El Turista, viajó por los rincones más lejanos de Bolivia, desde el Altiplano Andino hasta las llanuras orientales, con un palo de madera en una mano y una cámera en la otra. Sus imágenes fueron publicadas por los Hermanos Arnó, editores de papel de escritorio y tarjetas con abundante reproducción en La Paz y Cochabamba. (Más de 600 de las fotografías de Torrico están incluidas en un libro de 1925, Bolivia Pintoresca.)
Biggemann y Cía. publicó vistas de Tiwanaku y Potosí tomadas por Arturo Posnansky, un inmigrante austríaco, fotógrafo y arqueólogo autodidacta. Darle crédito al fotógrafo sería una excepción. No sólo eran anónimas muchas de las vistas, sino también muchas de las escenas aparecieron en las tarjetas de diferentes papelerías. Por ejemplo, una reunión de bailarines sikuris en Copacabana con ponchos de piel de jaguar aparecen en una tarjeta real de foto blanco y negro (publicada por los Hermanos Vargas, Arequipa, Perú), en una litografía en blanco y negro (Gismondi, La Paz) y en una deslumbrante crolitógrafo (González y Medina, La Paz).
Entre los fotógrafos extranjeros algunos sobresalen. Annie Peck fue una alpinista norteamericana, una fotógrafo amateur, escritora de viajes, una disertante y feminista abierta que hizo un intento fallido de cumbre en la motaña Illampu entre 1903-1904. Su dedicación a la fotografía tuvo más éxito. Peck convirtió sus tomas de La Paz, Lago Titicaca, Sorata e Illampu, en un arco iris de ocho tarjetas postales. Para ayudar a financiar sus expediciones, ella vendía las tarjetas que eran publicadas por la American News Corporation en Nueva York, pero las imprimía en Alemania en imprentas modernas, donde hacía sus giras disertantes. Las tarjetas de Peck eran policromadas, eran colotipos o proceso gelatinoso que hacía la impresión más clara que la litografía en offset, el proceso competitivo de la época dejando pequeños puntos en la imagen.
Alrededor de 1920, la Sociedad Hispana de América, con base en Nueva York, empezó a sacar tarjetas de fotos reales de Bolivia, parte de una serie más grande que cubriría a todo el continente. Las imágenes bolivianas fueron fotos de exteriores, escenas de las calles de La Paz, mujeres de mercados andinos y pescadores remando sus balsas en el Lago Titicaca. Una tarjeta muestra la imagen de una escena de una escuela en el Altiplano, 30 niños, sus escritorios, un globo terráqueo, un ábaco y un maestro de severa apariencia, en el patio, expuestos a los quemantes rayos solares. A pesar que a los fotógrafos de la Sociedad Hispana no les dieran crédito, las fotos aparecieron en las Publicacions de Servicios Fotográficos, una agencia de Nueva York para trabajadores independentes como Ewing Galloway, cuyo trabajo boliviano también apareció en la revista americana The National Geographic.
El arequipeño Max T. Vargas es tan conocido por haber enseñado a Martín Chambi, el más célebre fotógrafo del Perú, como también por su propio trabajo. A principios de 1900, él tuvo un estudio en la Plaza Murillo de La Paz. Sus retratos importantes de cholas, marcados con su estilizado logotipo de MTV, son artículos coleccionables hoy en día.
Guillermo Manning y Arturo Cruz, cuyas tarjetas muestran la impresión "Manning & Cruz", tuvieron sede en Tupiza. Manning fue el hijo de un veterano de la Confederación Americana que huyó a Perú de Estados Unidos después de la Guerra Civil. Manning emigró a Bolivia, llegando primero a Uyuni y luego a Tupiza, donde operó un negocio de exportaciones-importaciones y sirvió como Cónsul de Argentina. Él y Cruz, cuyos orígenes no son claros, se interesaron por la fotografía cuando tomaban fotos de las operaciones de Aramayo, Francke y Compañía y la Compañía San Juan del Oro. Esta última era una cadena de cinco compañías de valores financiadas en Buenos Aires y Londres para explotar excavaciones de oro en el Río San Juan al sur de Bolivia. Manning era un corredor de bolsa en la empresa que entró en quiebra en 1910, ante los rumores de que las excavaciones iniciales habían sido sobrevaloradas para tentar a los inversionistas.
Manning y Cruz, sin embargo, sacaban provecho con sus tarjetas postales, que hasta hoy en día sobreviven, no sólo como imágenes evocadores de la vida minera en el sur de Bolivia sino como prominentes localidades de los últimos días de Butch Cassidy y Sundance Kid, dos de los delincuentes más buscados del viejo oeste, que habían huido a Sudamérica en 1901.
Butch y Sundance llegaron a los campos mineros en el centro de Bolivia, en 1906, después de haber cumplido una tarea ganadera en la Patagonia Argentina. En agosto de 1908, ellos se fueron al sur de Tupiza. El 4 de noviembre de 1908, robaron una remesa de pago perteneciente a Aramayo, la compañía minera más poderosa de esa región. Ellos murieron días después -aparente suicidio-, luego de haber sido acorralados y heridos por un pequeño grupo de soldados bolivianos en San Vicente. Antes y después del atraco, se habían hospedado con un ingeniero británico que trabajaba para la Compañía San Juan del Oro en sus hostales en Verdugo y Tomahuaico. Manning y Cruz lograron tomar fotografías de los lugares de alojamiento de Butch y Sundance y que más tarde emitieron en tarjetas postales.
Otras empresas mineras, también usaban fotografías de recuerdo para hacer propaganda a sus negocios. Por ejemplo: la Compañía Huanchaca de Bolivia (donde empezó el magnate minero Simon Patiño), con dueños chilenos, que operaban minas de plata también en Pulacayo cerca de Uyuni, usaron una serie de tarjetas litográficas en blanco y negro. Las ganancias que la compañía esperaba eran inciertas. Las tarjetas mostraban montes áridos, campos mineros desiertos, pampas de paja brava y capataces armados con miradas amenazantes. Tal vez las imágenes fueron diseñadas para desalentar a los curiosos.
Ordenes misioneras no estaban por encima de dar testimonios ilustrados (una tarjeta postal vale más que mil sermones) a su trabajo en el extranjero. Los Padres Redentoristas con sede en Francia, que manejaban misiones en La Paz y Tupiza, publicaron un libro de 16 tarjetas fotograbadas en sepia, Chez les Indiens de Bolivie, mostrándose ellos mismos y los paganos que habían vendido a salvar.
A veces el mensaje de una tarjeta dice más que la imagen. Turistas extranjeros eran conocidos por escribir comentarios represivos y burlescos sobre las imágenes de sus tarjetas; mientras que los del lugar usualmente ignoraban la foto, tratando a la tarjeta como un simple vehículo postal. Hasta 1907, la Unión Internacional de Correos requería que la dirección ocupase enteramente la parte trasera de la tarjeta --estos son llamados reversos sin división entre los detiólogos (fanáticos de tarjetas)-. El que enviaba estaba forzado a garabatear el mensaje en el lado de la foto -alrededor de los bordes o encima de la misma imagen-. En 1907 las leyes cambiaron y la dirección y el mensaje compartían la parte reversa.
H.C. Robinson, que estaba en una misión minera en Bolivia, envió a su esposa Lizzie en Portland, Maine, a principios de 1905, una tarjeta postal representada por unos bailarines cerca de Tiwanaku.
"Querida Lizzie: Este es un lugar donde son excavadas la mayoría de las antigüedades en Bolivia. Parece que hay un festival de indígenas acá y no sé pero los indígenas son tan curiosos como los curiosos objetos excavados. Esta foto representa la escena de sus reuniones. Con amor H."
Una semana después en una tarjeta que mostraba un mercado en las calles pendientes de La Paz, su amado esposo puso al día a Lizzie sobre su trabajo, mientras protestaba sobre las costumbres del lugar:
"Tengo excelentes muestras de estaño y plata, y un pedazo de madera de la vieja maquinaria usada por los españoles en la Casa de la Moneda de Potosí. Esta maquinaria funcionaba tirada por una mula. Creo que vamos a ser testigos de una fiesta como muestra la tarjeta. Estas fiestas son desmoralizantes para las indígenas y deberían ser desalentadas por los sacerdotes. Pero por el contrario, ellos los apoyan. Con los mejores deseos por el Día de Washington
tu esposo."
Dos meses después el señor Robinson todavía estaba en Bolivia. En una tarjeta representada por las afueras de La Paz, sus pensamientos estaban exclusivamente en su hogar y la familia:
"Querida Lizzie: Amor y buenos deseos desde el hemisferio Sur. Que el invierno de acá sea una expresión de anhelo para ti y la familia. HCR."
Otra tarjeta fechada La Paz, 7 febrero 1906, muestra el Hotel Central de A. Guibert. El señor Robinson relata a su hijo Carl:
"Este es el anexo del Hotel Guibert en la calle frente a la Plaza. La ventana marcada con una X es la pieza ocupada por H.C. Knapp y J.W. Kelley. Ellos tuvieron una buena oportunidad de escuchar los conciertos de la banda. Al frente del Hotel está el grupo usual de llamas."
El edificio principal de Guibert, también conocido como el Gran Hotel, estaba ubicado subiendo hacia la calle Comercio, cerca de la Plaza Murillo. El Guibert era la caravanera favorita para los turistas, gente de negocios y diplomáticos, tal vez porque era el único hotel remotamente cómodo en la ciudad.
Para fin de año el señor Robinson estaba concluyendo sus negocios. Mandó una tarjeta a Lizzie, de una campesina solitaria llevando a siete llamas por las orillas de un río y contenía una pequeña broma:
"En un mes estaré listo para retornar a casa, pero no en el lomo de una llama."
Algunas notas son inescrudriñables. Es difícil dicernir lo que J.L. le trataba de decir al Rev. H.K. Carrol en la ciudad de Nueva York cuando escribió en la parte inferior de un retrato de una cholita de Talma, cerca de Tupiza:
"Ella es modesta, la blusa es moderna. Por otra parte, ella es de un tipo fino. Posiblemente hable español."
Por el contrario, gente del lugar solía usar tarjetas postales para enviar mensajes que no tenían relación alguna con las imágenes. Aquí relatamos la nota triste que Corina mandó a Lola Branson en Buenos Aires en mayo de 1905:
"Querida Lolita: Hace mucho tiempo que nada sé de ti por qué no me escribes. Dale a Sofía un abrazo de mi parte y que siento tanto su enfermedad, saludos a todos en casa y un abrazo para ti de Corina."
La vista panorámica de gente caminando un fin de semana por la Avenida Arce, antes una avenida de paseo suburbano, pero ahora en el centro de La Paz, no era una tarjeta adecuada con la redacción de un mal presagio a la Sra. H. Lester Tobey en Melrose, Massachusetts:
"Me marcho al interior el viernes, así que no te alarmes si no sabes nada de mi por algún tiempo. La Paz es hermosa. John."
La señora Tobey probablemente se sentó junto al buzón hasta que llegue la próxima tarjeta de John.
Así como les rendimos homenaje a los maestros de la imagen del pasado, Bolivia disfruta un renacimiento de tarjetas postales. La visión de una nueva generación de fotógrafos -Guido Arce Mantilla, Sergio A. Ballivián, Eric Bauer, Carmelo Corzón, Peter McFarren, Víctor Hugo Ordoñez, Juan Carlos Rocha, Jorge Ruíz, Oscar Ruíz, Víctor Siladi, Carlos Terrazas Orellana y Omar Trujillo- puede ser vista en las tarjetas postales de colores brillantes que se venden en los kioscos del correo en La Paz y por los vendedores callejeros a lo largo de El Prado. Para los turistas de hoy y los coleccionistas de mañana, este es el mejor saludo.
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