martes, agosto 15, 2006

A propósito de Fotográfica 2006

Fotográfica 2006 es la primera publicación antológica de la fotografía boliviana. Es una iniciativa del grupo Acción Cultural que dirige la fotógrafa Sandra Boulanger junto al grupo Catalográfica que lo dirige en diseñador Ernesto Azcuy. Se lanzó su publicación en julio de 2006.

El siguiente es un aporte reflexivo, a propósito de esta antología, sobre las corrientes de la fotografía boliviana y fue leído en la presentación de fotográfica06 durante la Feria Internacional del Libro en La Paz.

A PROPOSITO DE FOTOGRAFICA06

Si uno de los méritos que tienen las publicaciones antológicas es precisamente la posibilidad que brindan para encontrar hilos conductores, caracteres, tonos, tendencias. Es la primera vez que Bolivia tiene una publicación de esta naturaleza y ciertamente permite abrir un diálogo abierto para promover la reflexión. Y esto permite hacerse unas cuantas preguntas para hacer aproximaciones y plantear hipótesis. Esta es la intención de mi exposición.

Preguntas: ¿Podemos afirmar que hay un estilo marcado en la fotografía boliviana? ¿Son sus paisajes, sus fiestas, sus indios, sus costumbres lo que la determina? ¿Cuál es el sujeto y cuál el actor? ¿O son obras de autor que a través de sus lentes nos muestran sus experiencias personales?

En gran parte de nuestras representaciones artísticas es posible afirmar con categoría que hay una música boliviana, hay una literatura boliviana, hay pintura boliviana. ¿Se puede asegurar lo mismo de la fotografía o del diseño?

En general en el arte las tendencias y escuelas, expresiones y tonos están dadas por el entorno social y la época al que pertenecen así como por la obra misma de sus autores que trascienden épocas. Existen autores que por sí mismos han sido capaces de generar tendencias y romper tradiciones. Hay otros que se sumergen en ellas y son sus representantes.

Algunas vertientes de nuestra fotografía

Haciendo este repaso histórico, salvando el hecho que tenemos todavía una deuda pendiente en la recuperación de archivos, su clasificación y estudio desde distintas disciplinas, es posible afirmar que hubo, y todavía persiste, una mirada clara tanto de los fotógrafos bolivianos como de los extranjeros.

El siglo XIX y la gran época de los exploradores europeos, unido al descubrimiento de la fotografía, resaltaron esa gran ansiedad por descubrir el mundo tal cual era y ya no bastaba el testimonio escrito y las ilustraciones gráficas que lo interpretaban. El público europeo comenzó a recrear su imaginario al aproximarse, fotografías mediante, a las grandes culturas lejanas, como Egipto, México y la Polinesia, e incluso, reconocieron su propia realidad.

Bolivia no escapó a esta mirada. Fueron Humboldt, Squier o Dorbigny aquellos exploradores anteriores al uso de la fotografía los que iniciaron una mirada que marcarían una visión de esta parte del mundo. Grumbkow, Nordeskjiold, Fawcett, Posnansky, Ahlfeld, Bennet, Orton, Kirchhof, Gertsmann, Manning, Ertl, para nombrar a unos pocos de más de una centena de exploradores, geógrafos, antropólogos, fotógrafos, naturalistas, ya con cámara en mano, construyeron ese imaginario icónico de Bolivia con una fuerte tendencia hacia lo indígena, lo natural, lo diverso, a aquello que consideraron como lo auténtico, lo diferente con respecto a sus paises.

Por ello considero que la obra de estos exploradores-fotógrafos marcó a fuego el carácter de la fotografía boliviana, que perdura aún hoy. Torrico Zamudio a principios de siglo, Ruiz a mediados, Soria, Ordoñez, MacFarren en la actualidad, nombrando a algunos de los bolivianos o Lowe, Vincenti, Wicky, o van Damme a los no bolivianos, no dejan de explorar desde otros ángulos este carácter.

Al parecer, nuestra diversidad y nuestras diferencias sociales se convierten en el leit-motiv, en la energía o en la necesidad de explicarnos a nosotros mismos nuestra identidad. Sin embargo, la imagen que tenemos del otro y el lugar que ocupamos en este lugar del mundo, todavía no está completa. La manida frase de grafiti que dice que no somos un pais sino pais-saje se puede aplicar en esta ocasión entendiendo cómo hemos construido un discurso icónico de nuestro país a través de la fotografía.

Existe también por ello una gran necesidad de retratar el carácter de los actores sociales más que de las expresiones individuales. El show bussines nacional está dominado por sus actores políticos, por sus incongruencias, deslealtades, pasiones ocultas, intereses de grupo, denuncias, reinvindicaciones y manipulaciones. Otra buena parte de nuestros fotógrafos marcan por ello otro de los componentes del carácter de la fotografía nacional: el fotoreportaje. Por ello ha sido, según mi criterio, un acierto el escoger como fotografía de portada la imagen del cadáver del Ché, obra de Freddy Alborta, no sólo como homenaje póstumo a este fotógrafo, sino como una representación de las contradicciones más íntimas de los bolivianos: su relación permanentemente dolorosa con el poder político. Es, no cabe duda, la fotografía más importante de nuestra historia.

El fotoreportaje ha tenido y tiene representantes de envergadura. Pero antes de entrar en estas clasificaciones es necesario mencionar que otra de las características de nuestros fotógrafos, como necesidad a la sobrevivencia de su ejercicio profesional, no es un trabajo altamente especializado. Sus fronteras son versátiles pasando de la publicidad, al fotorreportaje, a la fotografía de eventos sociales, retrato y fotoarte, con una facilidad envidiable.

Por ello, Doménico Gismondi, Julio Cordero Castillo, Piérola o Rodolfo Torrico Zamudio a principios del siglo XX, que construyeron su obra basados en servicios de estudios fotográficos agregaron un ingrediente no intencional cuando retrataban a su clientela: la del testimonio de una época que hoy se constituye en documento gráfico similar al del fotorreportaje. Acá quiero nombrar, al quizá fotógrafo más importante del siglo XIX, Ricardo Villalba, único boliviano miembro de la prestigiosa Sociedad Francesa de Fotografía en 1880, con una obra extensa de estudio y reportaje donde, muy tempranamente hacia la década de los 60 y 70s pasearon por su estudio una gran variedad de tipos humanos indígenas de los Andes. Parte de su obra, que se encuentra en la Biblioteca de Bremen, en la Colección de la Universidad de Tulane y en la colección George Eastman incluye un album denominado “Tipos y costumbres de los Andes”, obra pionera de este tipo en la región.

Tampoco quiero dejar de mencionar la influencia importante que recibió Bolivia a principios del XX de la que ahora se conoce como escuela cuzqueña. Debemos recordar que antes que nacieran las grandes urbes, en las ciudades intermedias como Cuzco, Arequipa, Tupiza, Uyuni o Totora se abrieron una variedad de estudios fotográficos. En La Paz radicó durante cerca de una década el estudio de Max T. Vargas, Arequipeño y que estuvo activo en varias de estas pequeñas ciudades. Vargas es reconocido como el maestro de Martín Chambi, el fotógrafo más importante de los Andes. Vargas, Chambi, junto a Chani, Figueroa Aznar o Avelino Ochoa, influenciaron decididamente en la obra de fotógrafos como Gismondi o Cordero. Debo mencionar que Martín Chambi comienza a ser reconocido a nivel internacional a partir de una exposición de arte que se realiza en La Paz, en 1925 con ocasión del Centenario de la República donde gana la medalla de Oro.

Hoy, el fotorreportaje, como género específico y lenguaje definido, encuentra en el trabajo y archivos de Freddy Alborta y Lucio Flores a dos de sus principales exponentes, porque si hay algo que caracteriza al fotógrafo de prensa es saber estar en el lugar y el momento apropiados y de esto no queda duda en ninguno de ellos. En la actualidad encontramos un trabajo excepcional en el caso de Christian Lombardi que junto a PeterMcFarren, Antonio Súarez, Patricio Crooker, Alejandro Azcuy, Enzo de Lucca, Víctor Hugo Ordoñez, David Mercado, Andrés Rojas y Pedro Laguna conforman una referencia obligada a la hora de recurrir al archivo como al trabajo en el muchas veces riesgoso e ingrato quehacer del fotógrafo de prensa.

Otra veta importante de la fotografía boliviana es la que se ha dedicado a valorar, rescatar y promocionar el turismo. Sin duda que Bolivia tiene muchas razones para ello y como uno de sus representantes más destacados, desde que se inició esta actividad de forma consistente en los años 60 es la obra de Hugo Boero Rojo. Boero Rojo, juntando su dedicación a la investigación antropológica y arquelógica, supo mostrar, cubrir y rastrear todo el territorio nacional utilizando muy acertivamente este empuje con la promoción turística de nuestro país. En los años 70 y 80 estuvo muy activo el Estudio Jiménez en la producción de postales impresas durante cerca de dos décadas en La Papelera. Esta tradición que la iniciara Gismondi y Torrico Zamudio en la década de los 20 del siglo pasado junto a la Librería de los hermanos Arnó, seguida por Kavlin, vivió en los 90 un importante repunte de la mano de Carmelo Corzón, Eric Bauer, Sergio Ballivián, Omar Trujillo, Juan Carlos Rocha y nuevamente MacFarren y Ordoñez. Si hay algo que se conoce de Bolivia en el exterior es seguramente por la obra de estos fotógrafos.

Así considero que estas son las tres vetas más importantes que caracterizan a la fotografía boliviana, que le otorgan su diferencia y su especificidad local: la antropológica cultural junto al paisaje y sus tipos humanos, el fotorreportaje y la fotografía turística junto a las costumbres y fiestas mestizas e indígenas.
Sin embargo, fotográfica 2006 ha tenido la virtud de señalar varios quiebres con esta tradicional manera de hacer fotografía en el país. Podemos apreciar una importante obra de autor, de aquellos proyectos que se encaran como desafíos y sensibilidades que surgen de la necesidad de explorar y ensayar, a través del lente, una mirada no comprometida con lo social, sino con la exploración personal. Estableciendo una frontera imaginaria entre estas dos formas de hacer fotografía se encuentra el trabajo lúdico, preciosista y singular de Javier Palza que con la excusa del baile popular, busca en el la foto movida la esencia del baile y la sensación del trance que provocan en los bailarines los ritmos de bandas, siendo además el fotógrafo partícipe activo de esta actividad. Es sin duda una obra única en la historia de nuestra fotografía.

Las nuevas tendencias

Cruzando esta frontera podemos encontrar aquella obra con elementos más propios y característicos de la fotografía, en la búsqueda de la luz como elemento protagónico y el motivo fotografiado como elemento secundario. Vassil Anastasov nos soprendió ganando el premio más importante de las artes en nuestro país como es el Salón Pedro Domingo Murillo y no sin razón. Hasta su llegada la fotografía había ocupado salones específicos, muy por debajo de lo que se consideraba un arte mayor. Anastasov abrió finalmente las puertas, por mérito propio, a que la fotografía ingrese por la puerta grande de las artes visuales. En ese mismo camino sorprende también la obra de Fabián Soria que dada su juventud ya cuenta con un manejo maduro de la propuesta.
Armando Urioste, Sandra Boulanger, Alicia Kavlin, Alejandro Azcuy, Diego Gullco, Fernando Cuellar son hoy de lo más destacado en esta otra forma de hacer fotografía.

Me ha llamado la atención la inclusión en fotográfica 2006 de otra línea de trabajo que es relativamente nueva como la producida por artistas plásticos. Valcárcel y Ugalde como precursores de esta línea en los 70s tuvieron a la fotografía primero, un elemento de apoyo en la producción de dibujos, serigrafías, pinturas e instalaciones y mucho después con mayor protagonismo en sus obras. Hay todavía escasos ejemplos en este tipo de trabajo y quizá lo rescatado en fotográfica 2006 sea el espectro total. Sin embargo, es muy probable que el foto-arte se constituya muy pronto en otra veta destacada de la fotografía boliviana con la llegada de la fotografía digital como herramienta que posibilita el juego ilimitado de la creatividad.

Haciendo una pequeña reflexión a partir del foto-arte me animo a mencionar como tendencia casi permanente de nuestra fotografía a un marcado pudor y recelo hacia la fotografía del desnudo, y menos aún hacia la fotografía erótica. Desde el inicio de la fotografía, hasta el Internet, el desnudo y el erotismo siempre estuvo presente como género fotográfico. Llama la atención que en Bolivia no. Sol Mateo, tiene por ello el mérito de quebrar esta tradición con una intencionalidad clara.

Fuera de fotográfica 2006 se me hace imprescindible mencionar otra línea de trabajo reciente y es la labor del fotógrafo-editor. Peter McFarren junto a la editorial Quipus abrió un camino y mostró una veta, a mediados de la década de los 80, que supo muy bien ser aprovechada principalmente por Willy Kenning, que mezcladas con aptitudes empresariales innovadoras, nos dejan hasta hoy el legado más importante de libros de fotografías que tuvo el país. Todos los libros de fotografías de principios de siglo, como los de Gertsmann, Ertl, Kirchhof, fueron impresos fuera. Además Kenning tuvo también el mérito de mostranos la otras caras de Bolivia, que a nivel fotográfico no habían sido exploradas, y que hoy la colección de sus obras constituye la más destacada de las producidas por fotógrafos bolivianos. Luego vendría el trío de Ugalde-Urioste-Siladi, Fernando Soria y recientemente Jaime Cisneros que nos sorprende ya un par de veces al año con hermosas y cuidadas ediciones de distinto género.

Sobre esta antología

En este mismo marco quiero destacar a la propia edición de fotográfica 2006 con un diseño por demás cuidado, pertinente, y ciertamente cariñoso hacia la edición de sus fotografías. Se hace evidente este hecho a la hora de comprobar cómo, a páginas completas, las imágenes que la componen dialogan entre sí, y uno discurre con facilidad la diversidad de sus propuestas. Sin embargo, desde una perspectiva personal, y pese a que el diseño ayuda mucho a su disfrute, hubiera preferido algún tipo de clasificación que no haya sido el del alfabético. Una primera mirada a la fotografía boliviana, como es esta obra, tendría que haberse atrevido a ensayar una posible clasificación.


Finalmente, y tomando muy en cuenta, que esta es una primera obra de una, esperemos, varias ediciones, me atrevo a recomendar para un futuro la inclusión de la mirada del otro, la imagen del otro desde sí mismo: los fotógrafos de origen indígena, esos cientos que pasean sus cámaras en fiestas sociales y religiosas de los andes y de tierras bajas, en las ligas de fútbol rurales, sólo para poner algunos ejemplos.

Sin duda, esta apreciación viene de la mano de los momentos en que vivimos hoy, pero no es mi intención ponerme a tono, oportunamente, con el discurso de exclusión ni de la descolonización que hoy marcarían lo políticamente correcto, sino por la necesidad de cómo, dónde y qué lugar ocupamos en el imaginario de quienes vivieron permanentemente como sujetos fotografiados y no como actores fotógrafos. Por ello, quiero dejarlos con una fotografía de Ricardo Villalba, realizada en 1870, como esa búsqueda que en buena medida, nos ayudaría a completar ese carácter todavía ausente de la fotografía boliviana.